Tirado en la cama
Me encanta escribir, por cientos de motivos diferentes. Uno de ellos –soy así de prosaico– es que puedo estar tirado en la cama, mirando el techo, medio adormilado, y si alguien entra y me pregunta “¿Qué? ¿Tocándote las narices?” puedo replicarle airado que no, que estoy en pleno proceso creativo, vamos, que estoy trabajando. Y en un elevado porcentaje de ocasiones –vale, en un porcentaje mínimo de ocasiones– eso es cierto.
El proceso de creación está lleno de extraños vericuetos, baches tormentosos e instantes sublimes. Para mí cualquier momento es bueno para ponerme a darle vueltas a la historia en la que ando trabajando. Cualquier momento es bueno para pulir argumentos, desechar caminos y tratar de dar con otros nuevos. El hecho físico de “escribir” –aún con las sucesivas reescrituras e inevitables correcciones– en mi caso, no representa ni un cincuenta por ciento del trabajo total. Hay momentos de inspiración y, por supuesto, el arrebato de escribir durante horas, presa de esa suerte de posesión infernal que, de cuando en cuando, nos da a casi todos los escritores –después de esos ataques de incontinencia verbal tengo suerte si rescato una o dos frases aprovechables–. Pero en todo ese proceso de dar forma a lo que antes sólo era un delirio, a mí, personalmente, lo que más me gusta es lo que llamo “inmersión”.
Por norma general puedo desconectar del trajín cotidiano en cualquier momento y saltar a la historia, jugar un rato con ella y luego volver a la rutina sin problema alguno. Pero a veces me resulta imposible. Si estoy despistado, descentrado, nervioso o alterado, no hay nada que hacer, no hay inmersión posible: la realidad me puede. Puedo seguir trabajando, pero la chispa no es la misma. Y eso me fastidia sobre todo cuando estoy escribiendo algo en lo que quiero poner todos mis sentidos.
Entonces paro el mundo. Si la realidad no se borra por sí misma, la borro yo, sin más. Corto la comunicación con el exterior y no la reanudo hasta que la inmersión se ha producido y la historia fluye de nuevo. Es una forma drástica de actuar, pero a mí me sirve y además me lo paso bien –no sé si lo he dicho, pero me encanta esto de escribir–. Básicamente me paso horas y horas mirando las musarañas mientras deambulo por la ciudad o permanezco tirado en la cama –si no hubiera perdido mis airgamboys me pondría a jugar con ellos–. Así me voy sumergiendo poco a poco y cuando la historia lo llena todo ya puedo regresar.
Y en ello estoy ahora. Tirado en la cama, tocándome las nari… esto... trabajando.
Es divertido.