domingo, noviembre 27, 2005

Tirado en la cama

Me encanta escribir, por cientos de motivos diferentes. Uno de ellos –soy así de prosaico– es que puedo estar tirado en la cama, mirando el techo, medio adormilado, y si alguien entra y me pregunta “¿Qué? ¿Tocándote las narices?” puedo replicarle airado que no, que estoy en pleno proceso creativo, vamos, que estoy trabajando. Y en un elevado porcentaje de ocasiones –vale, en un porcentaje mínimo de ocasiones– eso es cierto.

El proceso de creación está lleno de extraños vericuetos, baches tormentosos e instantes sublimes. Para mí cualquier momento es bueno para ponerme a darle vueltas a la historia en la que ando trabajando. Cualquier momento es bueno para pulir argumentos, desechar caminos y tratar de dar con otros nuevos. El hecho físico de “escribir” –aún con las sucesivas reescrituras e inevitables correcciones– en mi caso, no representa ni un cincuenta por ciento del trabajo total. Hay momentos de inspiración y, por supuesto, el arrebato de escribir durante horas, presa de esa suerte de posesión infernal que, de cuando en cuando, nos da a casi todos los escritores –después de esos ataques de incontinencia verbal tengo suerte si rescato una o dos frases aprovechables–. Pero en todo ese proceso de dar forma a lo que antes sólo era un delirio, a mí, personalmente, lo que más me gusta es lo que llamo “inmersión”.

La inmersión es cuando me meto en la historia por completo y prácticamente me olvido del mundo real, cuando todo lo que me rodea se nubla porque lo único que importa es ese maravilloso desvarío que tengo entre manos. Es la misma sensación que tenía cuando jugaba de pequeño con mis fabulosos airgamboys –serie espacio, por supuesto, friki compulsivo e irredento yo–. Ellos entraban en combate entre los sillones o exploraban los terrenos pantanosos bajo la mesa del salón y yo me olvidaba del resto del mundo, porque no había nada más importante y más real que las desventuras de aquellos muñecajos –hasta que mi santa madre me sacaba de mi ensoñación a gritos–. Eso es la inmersión.

Por norma general puedo desconectar del trajín cotidiano en cualquier momento y saltar a la historia, jugar un rato con ella y luego volver a la rutina sin problema alguno. Pero a veces me resulta imposible. Si estoy despistado, descentrado, nervioso o alterado, no hay nada que hacer, no hay inmersión posible: la realidad me puede. Puedo seguir trabajando, pero la chispa no es la misma. Y eso me fastidia sobre todo cuando estoy escribiendo algo en lo que quiero poner todos mis sentidos.

Entonces paro el mundo. Si la realidad no se borra por sí misma, la borro yo, sin más. Corto la comunicación con el exterior y no la reanudo hasta que la inmersión se ha producido y la historia fluye de nuevo. Es una forma drástica de actuar, pero a mí me sirve y además me lo paso bien –no sé si lo he dicho, pero me encanta esto de escribir–. Básicamente me paso horas y horas mirando las musarañas mientras deambulo por la ciudad o permanezco tirado en la cama –si no hubiera perdido mis airgamboys me pondría a jugar con ellos–. Así me voy sumergiendo poco a poco y cuando la historia lo llena todo ya puedo regresar.

Y en ello estoy ahora. Tirado en la cama, tocándome las nari… esto... trabajando.

Es divertido.

viernes, noviembre 18, 2005

El Código Cervantes -un delirio-


Lo he decidido.

Se acabó el ciberpunk, el space opera, la fantasía, el terror... Nada de casas encantadas, naves espaciales o monstruos de apetito insaciable. No.

Voy a escribir “El código Cervantes” –título alternativo: “El códice Quijote”–

La historia va a ser más o menos como sigue:

Una joven y bella historiadora descubre en un bazar de Marruecos lo que parece ser una carta manuscrita de Miguel de Cervantes. La carta está dirigida a Cide Hamete Benengeli, el que hasta entonces había creído personaje ficticio que relata las andanzas de Don Quijote. Pero ésa no es la mayor sorpresa: en la carta Cervantes deja entrever que Alonso Quijano no es un personaje de su invención, sino un hombre de carne y hueso envuelto en turbios manejos relacionados con una Secta Misteriosa.

Como es evidente, todo esto deja perpleja a nuestra intrépida y hermosa historiadora. Y más estupefacta se queda cuando al continuar investigando descubre que en las dos partes de “El Quijote” hay una larga serie de mensajes ocultos. Estos indican –entre otras muchas cosas que irán haciendo avanzar la novela en plan Deux Ex Machina–, que el verdadero Alonso Quijano dejó su pueblo –junto a un orondo lugareño que le hacía las veces de criado– en busca de un Objeto Misterioso de Gran Poder –evidentemente será el Santo Grial–.

Sus investigaciones llaman la atención de la Secta Misteriosa que sigue activa en nuestro tiempo y que tratará por todos los medios -casi siempre violentos- de apartar a la bella joven de su camino. En este punto de la historia aparecerá el protagonista masculino, un joven y aguerrido detective privado que por limpieza argumental resultará ser descendiente del propio Quijote. Desde un primer momento habrá tal tensión sexual entre ambos protagonistas que no descarto que ella se quede embarazada nada más verlo. Para respetar la paridad ambos se salvarán la vida el uno al otro el mismo número de ocasiones.

La trama continuará a brincos. A un tramo de Sorprendentes Revelaciones, le seguirá otro de Desenfrenada Acción. Todo muy medido. El resto de la historia aún no la tengo hilvanada, pero ya tengo el esbozo de varias situaciones emocionantes. A saber:

* Encontrarán una cámara secreta en un viejo molino, aunque no podrán abrirla hasta dar con la mano izquierda momificada de Cervantes quien por supuesto no la perdió en Lepanto, sino en un rito de iniciación de una secta esotérica cuyo cabecilla era, nada más y nada menos, que nuestro ínclito caballero de triste figura. Los Malignos Secuaces de la Secta Misteriosa mantienen la mano oculta dentro de un caballo de madera en el centro de una ínsula –obviamente se tratará de la verdadera Atlántida–. Dentro de la cámara encontrarán una precuela de “El Quijote” escrita por Leonardo Da Vinci, donde se explica que:

*Alonso Quijano es una reencarnación del Rey Arturo –aunque también puede que se trate de un descendiente de María Magdalena, con todo lo que eso conlleva. Aún no lo he decidido. Quizá busque una solución mixta– También estoy sopesando la posibilidad de dejar caer que entre él y su orondo escudero hubo algo más que amistad. Sólo sería con afán polemista, lo confieso.

* En el Fastuoso Clímax de la novela nos enteraremos de que tanto el Quijote como Sancho siguen vivos. No sólo encontraron el Santo Grial, ambos bebieron de él obteniendo así la vida eterna. Uno de los dos será el Maligno dirigente de la Misteriosa Secta, el otro será el Protector del Sagrado Cáliz. Habrá reconciliación final y Gran Muerte Heroica para ambos. Puede que haya un volcán y un anillo de por medio.

*Como he dicho, el protagonista será un descendiente directo de Alonso Quijano. Pero sólo en las últimas páginas descubriremos que nuestra bella e independiente historiadora está emparentada con Aldonza Lorenzo (A.k.a Dulcinea del Toboso) El círculo quedaría así cerrado.

(Perdón por el desvarío. Pero realmente me hacía falta.)


miércoles, noviembre 09, 2005

¿Por qué se llama esto así?

Pues por un motivo muy poco original en esencia: por un sueño.

Lo tuve hace mucho tiempo, cuando los dinosaurios dominaban la tierra, los volcanes se enfadaban con más frecuencia que ahora y yo estudiaba –o hacía que estudiaba– BUP. Fue uno de esos sueños de los que te despiertas con esa magnífica sensación de maravilla que te provocan las buenas historias.

El sueño iba de una casa encantada: la casa de la Colina Negra. Yo vivía en ella y estaba llena de las más extrañas criaturas. El sueño era tirando a sombrío, aunque de una tenebrosidad divertida. Por ejemplo, atorado en la chimenea estaba el esqueleto del genuino Papa Noel, con trineo y renos incluidos. En la piscina había un tiburón –elemento onírico por lo visto recurrente, a tenor de los anuncios– que se zampaba todo lo que se metía en ella. También había una especie de criatura informe que daba tumbos por los pasillos. Y un hombre lobo –tomado quizá prestado por mi subconsciente de la Familia Monster– que siempre estaba hambriento..

Aparte de esa sensación de maravilla con la que desperté y de la fauna que poblaba el lugar, sólo tengo el recuerdo de una escena delirante en la que un par de policías me interrogaban, a la puerta de la casa, sobre el descuartizamiento de un lugareño. Yo respondía a sus preguntas con toda seriedad, inmutable, sin abrir del todo la puerta porque justo tras ella estaba el ya mencionado licántropo, que intentaba por todos los medios posibles esquivar mis puñetazos y patadas para saltar sobre los policías. Por lo visto se había quedado con hambre.

Sí, tengo unos sueños muy curiosos. Y como creo en el reciclaje muchos de ellos hasta los escribo.

Cuando me desperté tuve claro que escribiría una novela sobre una casa encantada, una casa muy parecida a la que había soñado. Podría decir que quería hacerlo para intentar transmitir a un posible lector esa sensación de maravilla con la que había despertado, pero la razón es mucho más sencilla y egoísta: quería volver a la casa de la Colina Negra.

Y por eso mis dos blogs se llaman así.

Y por eso, si todo va bien, mi próxima novela se llamará “La casa de la Colina Negra”

sábado, noviembre 05, 2005

Inauguración o algo por el estilo...

"No, nunca tendré un blog. No tengo ni la constancia ni las ganas ni el tiempo suficiente para mantenerlo mínimamente activo” Algo así dije yo no hace mucho. Y heme aquí ahora. Soy un gran experto en no hacerme caso; llevo tantos años empeñado en llevarme la contraria que tengo que comenzar a sopesar seriamente la posibilidad de estar confabulado contra mí mismo.

Pero bueno, lo dicho: aquí lo tenemos. Primero hice un ensayo en los pintorescos spaces del msn, y ahora, manteniendo abierto todavía ese experimento, abro éste.

"No, nunca tendré un blog” dije…

Y ahora tengo dos.

¿Qué me habré hecho para odiarme tanto?