Por Santander
Y como comenté en la anterior entrada, aquí estoy para hablar sobre mi experiencia por los colegios de Cantabria. Antes de nada dar las gracias a la nueva y flamante Asociación Cántabra del Fantástico (ACF), que como siempre han dejado buena muestra de su saber hacer organizándolo todo a la perfección, y a Santillana por hacerme de guía en todo momento.
Han sido seis colegios en cuatro días, siete grupos en total ya que en uno de los colegios hubo sesión doble, no está mal para ser la primera vez. Y para rematar la faena: presentación en librería el sábado en Santander. Toda una maratón. Y a mí lo de hablar en público me da pánico. Y no es solo por timidez, es por la punzada de vértigo que me entra a veces, ya sea a la hora de que me entrevisten o cuando me enfrento a una presentación. Es ese momento “¿Pero qué hago yo aquí? ¿No se dan cuenta de que no tengo nada interesante que decir?” que me descoloca y que puede dejarme farfullando sinsentidos durante un buen rato.
Y para empezar mi ronda por colegios no pudo faltar ese momento. Fue al entrar en la clase del primer colegio −Verdemar se llama, un lugar precioso− y ver aquel nutrido grupo de chavales esperándome cuando llegó el fatídico momento “¿Pero qué hago yo aquí?” Me sobrepuse del ataque de vértigo como pude, me senté en la silla y les conté más o menos lo que había ido a contarles: les hablé de cómo empecé a escribir y a publicar, de las satisfacciones que da a pesar de las dificultades y, ya puestos, les presenté “La casa de la Colina Negra”. Luego vino la que se iba a convertir en mi parte favorita de las charlas: las preguntas de los chavales. Casi todos los grupos han seguido la misma tónica, primero un comienzo tímido, renqueante, y luego ya más lanzados todo un bombardeo de preguntas. A vuela pluma unas cuantas que me resultaron llamativas:
“Si tuvieras un hijo, ¿Escribirías un libro a medias con él?”
“Si te casas con una escritora y te roba las ideas, ¿Qué harías?”
“He leído dos cuentos “Perseguir un sueño” y “Las dos lunas” y quisiera saber cómo consideras sus finales: ¿alegres o tristes?”
“Si hacen alguna película sobre alguno de tus libros, ¿podrías meterme en ella?”
“¿Por qué en el relato de “las dos lunas” pones cosas irreales como la luna y las nubes de colores, y también por qué escribes sobre animales que hacen cosas que no son propias de ellos?”
Increíbles.
Para terminar les leía o bien “Perseguir un sueño”, uno de mis cuentos favoritos, o algunas páginas de “La casa de la Colina Negra”. A medida que he ido dando charlas he ido cambiado el discurso, añadiendo partes nuevas, acortando otras o descartando algunas por completo. Ha sido un constante aprender sobre la marcha que espero que no se detenga aquí.
Y sí, en el primer colegio tuve un momento de vértigo, algo inevitable considerando mi bisoñez en estas cosas. Pero para compensar −y con creces− también hubo un momento mágico. La mesa tras la que les di la charla estaba llena de cuentos escritos por ellos, todos con el mismo título: “Amanecer”. La profesora de lengua les había pasado las primeras cuatro páginas de mi novela corta titulada así y luego ellos habían escrito su propia versión de la historia, sin tener ni idea de por donde iban los tiros en el relato original. Me regalaron cinco de esos cuentos aunque estoy a la espera de hacerme con todos. La verdad es que casi me quedé sin palabras al ver todos esos cuentos allí encima, todos esos “Amaneceres” que habían surgido del mío. Son por cosas como éstas por las que merece la pena −y mucho− escribir. Es una retroalimentación maravillosa, una sacudida que carga las pilas y te hace seguir adelante con más ritmo si cabe.
Pero es que además, ése no fue el único momento de subidón en estos días en Santander. Hubo muchos más. En el segundo colegio −Atalaya− tenía dos sesiones prácticamente continuadas y entre ambas un profesor me llevó a una clase de sexto de primaria donde los chavales estaban haciendo dibujos basados en dos de mis cuentos. Fui de mesa en mesa, completamente perplejo, mientras ellos me iban explicando qué dibujaban y en que cuento se basaban. Por supuesto no tuve ningún pudor ni reparo en hacerme con todos esos dibujos.
En otro de los colegios −Robinet− me regalaron un libro de ilustraciones basadas en otro de mis relatos. Y lo más curioso: como a una de las profesoras no le había gustado demasiado el final de “Perseguir un sueño” había hecho que todos sus alumnos escribieran un final alternativo a la historia. Y me los han regalado todos, encuadernados bajo el título de “Perseguir un sueño. Reader’s cut”
Y por último, como fin de fiesta a lo que colegios se refiere: el Ramón Laza en Cabezón de la Sal. En casi todos los centros anteriores la charla y las preguntas nos habían llevado entre cuarenta minutos y una hora. En éste fue más de hora y media. Siempre había tres o cuatro brazos levantados y los chavales estaban tan entusiasmados como yo -o esa sensación me dio-. Fue algo increíble. Perdí la noción del tiempo y tuvimos que cortarles porque nos esperaban a comer. Hasta me hicieron leerles otro capítulo de “La casa de la Colina Negra”. La verdad es que disfruté como un crío.
Nacho Illaregui comenta en su blog lo positivo que puede resultar para los chavales que los escritores nos acerquemos a ellos. Ojalá sea así. Ojalá que estas cosas sirvan para que estén más predispuestos a leer. Yo sólo puedo hablar desde mi perspectiva, la del escritor que se acerca a los alumnos, y para mí la experiencia ha sido tremendamente positiva.
Así que gracias a la ACF y a Santillana por hacerlo posible, pero sobre todo gracias a los chavales por hacerme pasar unos días inolvidables. Voy a crear un nuevo blog −sí, otro− para subir sus dibujos y relatos, porque sí, porque me apetece, porque con gente así al otro lado de mis historias sí sé que hago aquí y sí tengo algo interesante que contar -lo que me cuentan ellos-.
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